Los masones y Gaza. Una reflexión necesaria. (II)
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Por Iván Herrera Michel
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“Hay veces… que sentimos el ansia de escribir a una alma oculta en las lejanÃÂasÂ
y que esa alma escuche nuestro llamamiento de amistad”.Â
(Federico GarcÃÂa Lorca)
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Las reacciones que ha motivado mi publicación sobre el genocidio que adelanta Israel contra los palestinos desde hace 67 años, fue generando un sensible debate con epicentro en el rol que los Masones y las Masonas tendrÃÂan en este mediatizado siglo XXI.
En medio de todo, me ha sorprendido el tono exaltado de algunos Masones para imponer los clichés del gobierno de Netanyahu que afirman que, como los palestinos no hacen nada para contener los cohetes de Hamas, el ejército israelàse ve en la necesidad de masacrar periódicamente a miles de ellos, entre mujeres, niños y ancianos, además de hacer desaparecer barrios enteros, escuelas y hospitales de Gaza, con la esperanza de que caiga uno que otro miliciano de vez en cuando.
Yo no puedo menos que condenar los crimenes practicados por el gobierno de israel, al tiempo que, como están los judÃÂos injustamente sobre el tapete, expresar mi admiración de siempre por el aporte que ha hecho el judaÃÂsmo, tanto desde su espiritualidad religiosa, como desde su reflexión filosófica y su identidad civil, porque para màestá claro que lo uno no tiene nada que ver con lo otro.
Me explico con un rápido ejemplo: los judÃÂos del mundo (ya sean de origen jázaro, semÃÂtico, etÃÂope, etc.) a pesar de representar solo el 0.2% de la humanidad han obtenido el 23% de los premios Nobel, entre los cuales el 26% de los de fÃÂsica, el 27% de los de medicina, el 41% de los de economÃÂa, el 20% de los de QuÃÂmica, el 12% de los de literatura y el 9% de los de paz. Es decir, en las seis categorÃÂas que se conceden. La lista no incluye hombres del nivel de Sigmun Freud, una de los más grandes intelectuales del siglo XX, y en el pasado podemos mencionar a filósofos de la talla de Maimonides y  Baruch de Spinoza.
En lo personal, suelo recomendar el trabajo de la filósofa polÃÂtica alemana Hannah Arendt, a quien el gobierno alemán le quito la nacionalidad en 1937, precisamente por ser judÃÂa.  Arendt dedicó parte de su labor al concepto de pluralismo y de inclusión del otro, y fue centro de una viva polémica cuando publicó el libro “Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal” (1963)  sobre el juicio a Adolf Eichmann por el genocidio contra los judÃÂos en la Segunda Guerra Mundial. Es un texto que gana actualidad cada vez que hay un genocidio, y que deberÃÂa ser objeto de reflexión para el actual gobierno de Israel.
Por toda esa grandeza demostrada, no me sorprende en lo más mÃÂnimo que un grupo de cerca de 300 judÃÂos sobrevivientes e hijos de sobrevivientes del Holocausto NAZI hayan firmado hace unos pocos dÃÂas un documento titulado “¡Nunca más para cualquiera!” demandando el final del genocidio palestino, y denunciando que la masacre en Gaza mancilla la religión judÃÂa.
Chapeau!, dicen los franceses.
De igual manera rechazo la absurda persecución de la que en toda Europa han sido vÃÂctimas los judÃÂos desde que Melitón, Obispo de Sardes, en la actual TurquÃÂa, en el año 150, creó el mito de que constituÃÂan un “pueblo deicida”, basado en una interpretación amañada de Mateo 27: 15 – 25, que relata la exigencia de Caifás y el pueblo judÃÂo de Jerusalén a Pilatos para que condenara a Jesucristo. Sus palabras, que aún repiten no pocos fanáticos, fueron: “Dios ha sido asesinado, el Rey de Israel fue muerto por una mano israelita”. Los efectos históricos de estas palabras fueron tales, que 1.800 años después el Concilio Vaticano II debió dedicarle jornadas enteras a erradicarlas de los sermones cristianos.
El último mito antijudÃÂo en hacer aparición es el de sus “planes para dominar al mundo”, que personalmente me parece lo más sicótico que uno pueda encontrar en un debate sobre el desarrollo de la comunidad internacional actual.
  De igual manera, uno no puede incorporar al corpus del derecho internacional público, para negar al Estado de Israel su derecho a existir, el mito del “judÃÂo errante” – tan arraigado en el imaginario cristiano de occidente -, de acuerdo con el cual un judÃÂo habrÃÂa sido condenado por Dios a “errar hasta su retorno” por haberle negado agua a Jesucristo en el Viacrucis. Tampoco es dable justificar la existencia del Estado de Israel porque su presencia constituye un paso anunciado en la Biblia para la segunda venida del MesÃÂas cristiano. Como tampoco es de buen recibo que un estado se convierta, como decÃÂa el Premio Nobel portugués José Saramago, en un “rentista del holocausto”.
Israel y Palestina son dos realidades actuales y deben ser incorporadas como miembros de pleno derecho, en términos de igualdad, al establecimiento internacional, y eso incluye la obligación común de someterse a la Justicia Penal Internacional cuando sus gobernantes incurran en crÃÂmenes contra la humanidad.
En el campo Masónico, a muchos ha sorprendido, en claro contraste con la cordura del grupo de masones españoles “+ del 8%”,que  la Logia “Estrella de Israel”, con sede en Tel Aviv, se pronunció públicamente a favor del genocidio, lo que ha recordado a los amantes de las teorÃÂas conspirativas el fantasioso tema del “contubernio judeo / masónico”, del que tanto se sirvió Franco y que hasta Umberto Eco menciona en su novela de espÃÂas “El cementerio de Praga” (2010). Un argumento que podrÃÂa perfectamente ser empleado para un best seller de Dan Brown y su posterior pelÃÂcula de la Columbia Pictures, con Tom Hanks en el papel estelar, pero imposible de tener en cuenta como material de debate.
Lo curioso del asunto, es que la Logia “Estrella de Israel» pertenece al Gran Oriente de Francia, que ha sido reiterativo recordando a sus miembros el compromiso de “no estar o haber estado adherido, o ser o haber sido simpatizante de una asociación o grupo que apele a la discriminación racial, a la violencia frente a la persona o grupo de personas teniendo como pretexto su origen, su pertenencia a una etnia o a una religión determinadas, y que propaguen o hayan propagado ideas y teorÃÂas que busquen justificar o animar el hecho de tal discriminación, odio o violencia”.
Acostumbrados como estamos, al ritmo perverso con que nos enteramos de la difÃÂcil situación global, a nadie debe sorprender que alguien quiera saber a qué se está dedicando una institución, que, como la MasonerÃÂa, ha hecho los aportes que ha hecho en tres siglos, en seis continentes, en el campo medular de la polÃÂtica, el humanismo y las ciencias.
Temas para ocuparse no faltan: derriban un avión con 265 pasajeros en Ucrania, limpieza religiosa de chiÃÂes, cristianos y yazidÃÂes en Irak, 33 masacres en honduras en 2014, 51.2 millones de desplazados forzados en el mundo, 4.000 millones de personas en estado de pobreza, todos los dÃÂas mueren 30.000 niños por causas evitables, 150 millones de niñas y 73 millones de niños esclavizados y explotados comercialmente, el 17% de los europeos carecen de alimentación, abrigo y vivienda, y sigue un largo Etc.
Naturalmente, la MasonerÃÂa – como toda institución que se precie de contar con una posición moral y una implicación social – también está interpelada, y en consecuencia muestra un comprensible impulso a pronunciarse con fundamento en los valores humanistas que ha defendido siempre.
Una MasonerÃÂa que no se quiere traicionar, no puede pendular al vaivén de la letra pequeña de las ediciones periodÃÂsticas, ni de lo que llamó Mario Vargas Llosa “La civilización del espectáculo” (2012). Más bien, los Masones deben estar atentos a una institucionalidad de calado que garantice la justicia, el respeto al pluralismo y la salvaguarda de las libertades, tanto individuales como de los colectivos, en todos los pueblos del mundo.
Del mismo modo que Ulises frente a las sirenas, hay que atarse muy fuerte de pies y manos al mástil Iniciático de la Orden para no sucumbir Mutatis mutandis al deseo de quedar bien con la opinión pública local o global. La MasonerÃÂa debe llevar a una mayor toma de conciencia, a la transformación de la realidad, a la cimentación de un futuro con valores prevalentes, y a estar siempre orientado hacia la construcción de una humanidad más libre, más igualitaria y más fraternal.
Y en este camino, son piedras ineludibles para la construcción del Gran Templo de la Humanidad la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, el Estado de Derecho y el respeto de los derechos humanos.
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