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Incomunicación masónica


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Incomunicación masónica

 

 

 

Por: Antonio Sendín, 4º

Este balaústre es acerca de la incomunicación. No trata de lo inefable. No trata de ningún límite del lenguaje humano para expresar el misterio. Sólo intenta mostrar algo que para mí es un hecho incuestionable: que todas nuestras relaciones – profesionales, personales, íntimas – son cada vez menos cercanas y en cambio se asemejan cada día más a una partida de ajedrez. Trata de nuestra incompetencia para el diálogo fructífero.

“Esta noche ando mal de los nervios. Sí, mal. Quédate conmigo. Háblame. Por qué nunca me hablas. Habla. ¿En qué estás pensando? ¿Qué piensas? ¿Qué? Nunca sé qué piensas. Piensa. Pienso que estamos en el callejón de las ratas Donde los muertos perdieron los huesos”

T.S. Eliot. La tierra estéril.

Y antes de comenzar quiero decir que el pájaro que quiero atrapar con esta red no es la solución al conflicto psicológico de un hombre – a mi personal conflicto; Dios me concedió la serenidad de aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor necesario para cambiar las que sí puedo, y la sabiduría para reconocer la diferencia.

Y un preámbulo más: aquél de quien hablo aquí es el hombre contemporáneo occidental y no el hombre sin más, porque pienso que aventurarnos más allá de lo que podemos construir sobre nuestras propias vivencias es imprudente, por mucho que algo aparezca ante nuestros ojos como una verdad universal. Y es difícil atrapar la condición humana.

O, pensándolo mejor, me corrijo: hablaré, sencillamente, del hombre y voy a hacerlo con una especie de mirada de idiota, como de alguien sin ley, como si pudiese, mientras escribo, atravesar paredes y andar por encima del agua o volar sobre los tejados levantados y ver así todas las vidas escondidas, como aquel estudiante de El Diablo Cojuego.

Así que voy a comenzar por lo más obvio: ¿Por qué nos comunicamos? Es de suponer que lo hacemos, básicamente, obedeciendo un impulso similar al del resto de las criaturas, o de las plantas, o de las máquinas; o incluso de una parte de cualquiera de ellas respecto del resto de sí misma: simplemente porque están en contacto. En este sentido, y hablo como ingeniero, la comunicación entre un ordenador personal y una impresora es esencialmente idéntica a la transferencia térmica entre una cerilla y un cabo de vela. Profundicemos un poco con la ayuda de la llamada teoría de sistemas. Ésta nos dice que todo sistema, no importa lo complejo que sea – incluyendo una tormenta o un águila real -, consta de un conjunto de entradas y otro de salidas más las operaciones internas que le son propias y lo definen. Unas veces tales salidas realimentan al sistema como nuevas entradas en un lazo cerrado y otras no, pero en definitiva, la marcha interna de todo sistema requiere de entradas (que a su vez pueden ser de energía tal como la ingesta de una barra de chocolate, o bien de señales, digamos la alarma del despertador) y de salidas, materiales e inmateriales que son generadas tras el procesamiento de dichas entradas. Esto le permite reclamar nuevos inputs del entorno, evacuar cuanto ya no le sirve, etc. y seguir así en funcionamiento.

Por lo tanto y enfocando ahora lo humano, vista de esta forma, toda comunicación tiene un propósito muy claro: mantener al sistema en marcha. En este proceso de transmisión, no importa si de conocimiento o semen, podemos ser más o menos competentes pero en el fondo y aún pensando en lo más elevado de nosotros mismos, se trata simplemente de ejercer habilidades básicamente innatas que en gran medida desarrollamos de forma natural, mientras crecemos. Normalmente, por otra parte, nos preparamos para ello, nos especializamos y agrupamos; nos acercamos o distanciamos de otros miembros del grupo etc. a fin de lograr objetivos individuales y colectivos a corto, medio o largo plazo, superar los obstáculos que aparecen, establecer alianzas con otros grupos frente a terceros, etc. No hay mucho en ello de lo que presumir; las abejas hacen prácticamente lo mismo.

Alguien muy lúcido me dijo en una ocasión que no comprendía las disputas histó- ricas entre la Iglesia y la Ciencia acerca de la Verdad, sencillamente porque desde cada lado dan, o pretenden dar, respuestas a preguntas distintas: mientras unos responden al PORQUÉ los otros contestan al CÓMO. Asumo lo certero de la observación, de modo que me resulta obvio que el conflicto no estribó en la pregunta, ni en consecuencia en las respuestas, sino en que ambas partes pretendían y pretenden, puede que sin tan siquiera ser conscientes de ello, escamotear las limitaciones intrínsecas de sus respectivas disciplinas en la esfera de lo humano para imponer así su propia verdad, sin trascenderla. Esto no presupone, pienso, la presencia de fines espurios en las posiciones de cada uno, pues nunca el perfil es homogéneo en ningún grupo, ni por tanto las motivaciones de sus miembros. Quiero decir que en lo único en que probablemente coincidían todos los hombres de ambos frentes era en su altísima preparación intelectual, que a buen seguro por su trascendencia, debió poner al límite las capacidades de interlocución, expresión y comunicación de todos y cada uno los implicados.

Y para comprender hasta qué punto ambas partes en liza podían tener razones bien fundadas dentro de sus respectivos dominios de conocimiento – y con ello lamento sinceramente incomodar a cientifistas y heliocentristas – bueno es recordar que ese místico llamado Albert Einstein nos explicó allá por 1905 en su Teoría de la Relatividad Restringida que todo sistema es relativo al observador, al punto en que colocamos nuestro sistema de coordenadas, y en consecuencia todo movimiento observable, puede explicarse respecto de tal lugar geométrico, que puede ser no ya la Tierra o el Sol, sino esta logia cerrada a los ojos del mundo, si así lo establecemos. Naturalmente es incontestable que, perturbaciones gravitatorias aparte, los planetas se mueven en órbitas elípticas con el Sol en uno de sus focos, pero la cuestión que pongo de relieve es que ningún centro de coordenadas es más centro que los demás, axioma relativístico que pocos están dispuestos a aceptar, no digo en los tiempos de Kepler, sino hoy.

“Añado como anécdota que todos los sistemas alquímicos se articularon y articulan aún tomando a la Tierra como Centrum, que no al Sol, y que el geocentrismo – tal como expone Alexander Roob en su ‘Museo Hermético’ – estuvo presente en la Mas:. hasta el S. XVIII, transcurridos dos siglos ya del proceso a Galileo.”

Y es que entonces, como ahora, muchos de nuestros intentos colectivos de esclarecimiento no son otra cosa que una serie de monólogos paralelos, sin posible punto de encuentro. Aún más: ni tan siquiera se trata de alumbrar verdades frente a falsedades subjetivas, lo que ya sería un consuelo, pues como el doctor S. Freud dejó escrito, el hombre siempre dice la verdad, aunque sea tamborileando los dedos. Nuestra verdad aflora siempre y frecuentemente a pesar nuestro, como cualquier observador atento puede corroborar fácilmente.

incomunicacion masonica 2Todo lo anterior es para poner de manifiesto que la clase de incomunicación a que me estoy refiriendo no proviene de posibles carencias de recursos ling ísticos, de sal en la mollera o de distancias culturales, como tampoco de algo que nos impida el desenvolvimiento de nuestras tareas cotidianas, un perfecto desarrollo científicotécnico o una declaración teológica consistentes. No dificulta ni tan siquiera el ejercicio de la mayéutica socrática, que nos es tan afín. Puede coexistir, y de hecho lo hace con cualquier vía de razonamiento humano.

No nos crea dificultades aparentes, y esta es la clave, porque se encuentra más allá del discurso racional y como si de una invisible quintaesencia de los elementos se tratase, de una especie de sombra del Logos, todas nuestras relaciones, nuestra comunicación misma, se está dejando gobernar por su presencia. Y lo está logrando poco a poco, penetrándolas, impregnándolas, mutándolas.

Como primera aproximación para tomar conciencia de ello, hay un principio en Ingeniería que puede explicar en parte el fenómeno, y que es conocido como del ‘Punto de Referencia Cero’. Muy vulgarizado viene a decir que la referencia base de un sistema es el último punto que éste es capaz de recordar. Sirva como ejemplo el comportamiento de una batería: cada vez que la cargamos es capaz de almacenar menos carga, porque su concepto de ‘estar llena’ viene referido a las últimas cargas, paulatinamente más incompletas. O el pan: aquellas hogazas del pueblo de mis abuelos, si las pudiéramos traer al presente, serían cosa de sibaritas. O la Mas:. – nuestro concepto del trabajo de un Maestro ha pasado de ser una iglesia románica a esto que me estáis escuchando / soportando. Aplicado a la materia que nos ocupa significa que nuestra comunicación se ha venido empobreciendo, disolviendo, descafeinando hasta que, sin darnos cuenta, nos conformamos con una versión suya tan pragmática como mutilada. ¿Qué ha quedado de la gran extensión y proporción del hombre, cuando él mismo se consume y reduce a un puñado de polvo?” se preguntaba el poeta metafísico John Donne hacia 1624, y tengo para mí que la cosa no ha dejado de empeorar desde entonces.

incomunicacion masonica 3Pero, ¿Cuál fue la génesis de tal pérdida? Imposible saberlo, aunque creo que existe una cadena lógica inexorable que puede darnos una pista. Dice así: aquello que no tocas, no lo amarás; si no lo amas, no lo cuidarás, y si no lo cuidas, lo perderás. Cuando el hombre dejó de estar en contacto con su propio interior, de tocar su propia alma, la perdió para siempre. Así las cosas, al hombre sólo le queda mirar afuera, al reino de cantidad, donde un chaparrón de distracciones multiformes se encarga a todas horas de nuestro consuelo. Y en él, por mucho que nos esforcemos – si fuese así – en vivir igualitariamente (y éste es un aspecto capital en la comunicación humana), el juego está perdido de antemano, porque en la pseudorealidad del mundo siempre hay algo que envidiar; una sonrisa, una amistad, los dones que al otro le han sido dados de balde cuando a nosotros tanta lucha y lágrimas nos ha costado. De esta forma, todo lo que se nos presenta se asemeja a nuestros ojos a una partida de ajedrez. ??? ?????, dicen los rusos: Jaque Mate; ni tan siquiera importa la partida en sí, lo que cuenta es el resultado, el jaque mate. Naturalmente, esto ni es siempre así ni es así para todos (los rusos disfrutan mucho con sus tableros), pero lo que pretendo destacar es que estamos instalados en una clase de pragmatismo miope que día tras día nos va calando, cual lluvia fina, hasta los huesos y que ello acarrea la más profunda incomunicación, con sus inevitables consecuencias. Y también, que ya ha sido anudado el lazo del verdugo.

Pero acaso haya aún una salida, pese a todo el destrozo causado, ya que los habitantes de esta tierra baldía somos, al cabo, semiconscientes de nuestra propia ceguera. Y pienso que tal salida está en ese “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” del Evangelio de Lucas, 2. Así pues, si algo es aún capaz de tocarnos, de alcanzar nuestro ser adormecido, tomémoslo y sembrémoslo en silencio en lo más profundo de nuestro corazón. A buen seguro, la planta salutífera fructificará en el seno tranquilo y silencioso del ser, y brotará de modo firme y renovado en nuestra conducta, cada vez que tengamos algo que decir o escuchar. Tal vez así – y esa es mi esperanza – pueda revertirse el alma colectiva que yace en esta yerma escombrera en que se ha convertido nuestra civilización.

“ ¡Oh! No me enterréis en la pradera. Pero nadie oyó su ruego agónico, y en mitad de la pradera salvaje lo enterraron” John Dos Passos. Paralelo 42.

Revista Zenit, editada por el Supremo Consejo del grado 33 y último del Rito Escocés Antiguo y Aceptado para España

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