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Abate a los ambiciosos


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Abate a los ambiciosos

 

 

 

JOSÉ MORALES MANCHEGO M:. M:.

La claridad y la demostración luminosa son elementos inherentes a la Masonería. Por eso a los Masones también se les llama “Hijos de la Luz” o “Hijos de la Verdad” .

En consonancia con esos ideales, a lo largo de la historia, se ha venido desarrollando una Masonería progresista y antidogmática en cuanto hace de la crítica del conocimiento y la transformación social el objeto principal de su quehacer y su filosofía. Siendo así, el camino para la búsqueda de la verdad ha de quedar desbrozado por la crítica, actitud que debe matizar todos los actos de la vida de un Masón.

Hago esta aclaración para penetrar con rigor en el contenido de la palabra ambición, la cual presenta un doble problema que muchas veces tenemos que discernir. Por un lado está su significación profana y por otro su interpretación Masónica. La primera es indeterminada y ambigua. La segunda es clara y precisa.

Pero muchas veces algunos Masones se dejan envolver por la oscuridad y aplican la palabra a la realidad sin ninguna puntería.

Un caso de ambigüedades en la definición del término lo encontramos en la conocida obra Diccionario Enciclopédico de la Masonería de Lorenzo Frau Abrines, quien dice refiriéndose a la ambición: “Esta pasión, que en algunos casos es legítima y conveniente, las más de las veces suele ser hija de la vanidad inquieta y del descontento con la suerte” .

Apreciaciones como estas, salida de la pluma de un Masón, se prestan para sembrar la confusión y hacer difícil la aplicación de los principios de la Orden. Para la Masonería, la ambición jamás puede ser legítima y mucho menos conveniente. Esta Institución siempre se ha preocupado por formar grandes hombres. Y los grandes hombres no son ambiciosos, ni en la Masonería ni fuera de ella.

A propósito, Thomás Carlyle dice en su clásica obra Los Héroes que “el ambicioso es el mezquino” . Y más adelante agrega: “El viejo S. Jonson, el alma más grande de Inglaterra en su época, no tuvo ambición” . Por su parte La Masonería, en sus principios, despliega el combate contra la ambición sin ningún atenuante. Sin ninguna contemplación. Sin ninguna tregua.

La Orden no cultiva la ambición. En cambio siembra en la mente de sus iniciados la sana aspiración.

Sobre este particular es muy claro el H:. Eugenio Illidge cuando dice: “Si alguno cree que el Masón tiene algo de ambicioso, y que la ambición es algo inherente a la naturaleza humana, tiene que recordar que al operarse el nuevo nacimiento, la ambición tiene que ser transformada por el espíritu fraternal de modo tal que le dé nacimiento a una verdadera aspiración humana…” .

Pero esta aspiración, en el seno de la Augusta Institución, debe fundamentarse en el mérito Masónico, el cual “no lo constituye el mucho saber académico ni la profesión más distinguida, ni la riqueza adquirida, ni el aparente círculo social”, ni los poderes del mundo , sino que el mérito consiste en una vida leal a los principios Masónicos. Esto quiere decir, que no se debe notar la diferencia entre los principios de la Orden y la vida del Masón.

Vistas así las cosas, para usar bien el término y comprender la realidad a la cual suele llevar la ambición, es necesario buscar el sentido etimológico del vocablo. Pues bien, siguiendo el rastro de la palabra encontramos que por los tiempos de la antigua Roma llamaban ambitiosi -en buen latín- a los que en busca de un cargo se acercaban a los personajes mendigando su favor. De un familiar de esta palabra (ambitio-onis) proviene el término ambición, que significa ansiar, pretender.

En sentido filosófico, la ambición es una inclinación obsesiva y enfermiza de buscar, a como dé lugar, el predominio sobre los demás.

Sus manifestaciones son: sed ardiente de dominación, de grandeza, de honores o de riqueza material, para lo cual el ambicioso se empecina en forzar, atropellar o aniquilar todo lo que encuentre a su paso. Un ejemplo patético lo tenemos en la Leyenda de Hiram Abíb, según la cual, por la ambición los tres obreros del Grado de los Oficiales o Compañeros deciden obtener por la fuerza las palabras, toques y signos del Grado de Maestros para pasar como tales y cobrar mayor salario. Resultado: la muerte del mítico arquitecto del Templo de Salomón.

Con este simbolismo la Masonería nos está diciendo que la ambición descansa en un desenfrenado egoísmo que induce a buscar poder personal por cualquier medio. En otras palabras, la ambición genera una forma negra de triunfar.

Trasladándonos con esta idea al plano de la realidad social, no se necesita ser tan perspicaz para saber que en Colombia, el “país político”, como lo llamara Jorge Eliécer Gaitán, está plagado de ambiciosos.

Igual sucede en América Latina, en una dimensión más amplia, con las llamadas lumpen burguesías, como las denominó André Gunder Frank en una de sus obras. Es por la ambición que el arte de gobernar, bajo este cielo, se ha convertido en una ocupación en la cual prevalecen los embelecos, las truculencias, los negocios oscuros y por ende la corrupción.

En ese contexto histórico continental y planetario, constituido por grandes nubarrones de tiranías, dictaduras y democracias restringidas, en el que los ambiciosos han hecho gala de su prepotencia, de su arrogancia y de su nefasta infamia, la Orden, simbólicamente, en un de sus textos afirma lo siguiente: “De Sur a Norte habéis encontrado en todas partes abusos, atropellos, ambiciones, falsos legisladores e injustos gobernantes. Ahora habéis contemplado a los oprimidos luchando contra las pretensiones de los explotadores; habéis visto al pueblo en la miseria; la virtud pisoteada; el honor ultrajado; el derecho escarnecido; la justicia enlutada; el carácter abatido”. Luego de ilustrar sobre esa cruda realidad, viene la sentencia lapidaria: “Si queréis merecer el dictado de perfecto Masón, ’ABATE A LOS AMBICIOSOS’.” .

Como se puede ver, estamos frente a una educación moral diferente a la que se profesa en el mundo profano, donde con subterfugios se busca justificar a los ambiciosos.

En ese sentido se habla de “nobles ambiciones” y se hacen embrollos con el término, para hacer difícil su comprensión. Por eso el mundo profano, contaminado por “la política de los piaras” -como dijera José Ingenieros- no condena la ambición en forma contundente. La Masonería en cambio es implacable con los ambiciosos, porque todo luchador del libre pensamiento debe saber que ellos no son amigos, sino contendores de los obreros de la libertad y de las buenas costumbres.

Sin embargo, no se puede olvidar que en la sociedad profana, al lado de los ambiciosos también se levantan hombres limpios y de grandes aspiraciones, que van alcanzando las metas por sus propios méritos, en forma transparente, aportando así su tributo al desarrollo de la humanidad. En tales circunstancias, el Masón tiene que dejar a un lado la resignación, la pasividad, la abulia y lanzarse a respaldar, en todo momento, a los quijotes de la pulcritud, que todavía abundan en la martirizada tierra de Simón Bolívar, de Francisco de Paula Santander, de José Martí, de Bernardo O’Higgins y de José de San Martín.

No olvidemos que con los instrumentos de la democracia, bien usados, es posible abatir a los ambiciosos y realizar una limpieza en los distintos sitios donde están los mayores agentes de contaminación.

Al mismo tiempo será necesario educar a todos los niños y jóvenes de Colombia, de América y del mundo, con base en los principios de una moral sin dogmas, para que en un futuro no lejano puedan llegar a ser funcionarios honorables y hombres de buenas costumbres, capaces de disfrutar la sana emulación, como verdaderos ejemplares de la humanidad.

Publicado por:

Diario Masónico

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