La Soberanía de los Maestros
OSWALD WIRTH
En Masonería ninguna actividad es superior a la del Maestro. Por sobre el Maestro no hay nada.
El que dirige los Trabajos no es superior en nada a los otros Maestros y les debe cuenta del desempeño de su función. El mismo Gran Maestro no es sino un delegado de los Maestros y es en nombre de ellos y bajo su control que él gobierna una federación de Logias.
Un gobierno masónico no posee, por otra parte, ningún poder por sí mismo.
El es el ejecutor puro y simple de la voluntad de sus comitentes y su papel se limita a la gestión de los intereses colectivos. Pero las Logias no tienen que recibir ninguna impulsión de una administración común. Si éstas sintieran la necesidad de ser dirigidas, no serían todavía sino embriones de Logias, talleres que no saben trabajar por sí mismos, de ahí la necesidad de dirigirlas y de mantenerlas bajo tutela.
No sucederá nunca eso en una verdadera Logia, que gobiernen Maestros animados por el espíritu de Hiram, porque el trabajo no faltará jamás allí y alcanzará todos los frutos que hay en el derecho de esperar, por sobre toda estimulación exterior.
La Logia autónoma es el único organismo fundamental de la vida masónica. Son las Logias que trabajan masónicamente las que constituyen entre ellas la Masonería universal, cuya existencia, desde 1717, no han llegado sino a comprometer las Grandes Logias y las otras jurisdicciones o potencias masónicas, multiplicando las discenciones y los cismas. Ahora bien, la verdadera Masonería no tolera divisiones, porque es de su esencia ser unida. Pero la unidad masónica no es realizable sino entre Logias libres, no sujetas a legislaciones arbitrarias de agrupaciones locales. Si conviene a las Logias formar confederaciones entre ellas, les es permitido someterse a una obediencia común: pero un grupo de Logias no puede hacer leyes sino por su propia cuenta y no tiene el derecho de juzgar a otras agrupaciones análogas. Quien condena a otro se condena a sí mismo, excluyéndose de la universalidad; ésta es una ley necesaria de la pura y auténtica Franc-Masonería, aunque muy a menudo desconocida.
Importa, pues, que los Maestros encargados de la dirección y del gobierno de las Logias tengan conciencia de su soberanía, de la cual deben mostrarse celosos. No tienen que obedecer sino a las decisiones tomadas en el interés común y deben rehusar formalmente soportar fantasías legislativas contrarias al espíritu masónico.
Bajo este respecto, el verdadero Maestro sabe juzgar; en caso contrario su recepción al tercer grado no ha sido sino una grotesca musaraña. Aquel en quien Hiram ha encontrado un cuerpo, se hace realmente Maestro en Masonería y no se inclina ante ningún mandato; el espíritu rector de la institución está en él y lo inspira en todos sus actos de soberanía.
Pero es difícil ser Maestro; por esto las Logias que se sienten dirigidas de un modo vacilante (a tientas) buscan por fuera la dirección ausente en el interior. Se subordinan entonces a una Obediencia, lo que es la negación misma de la Franc-Masonería, suprema escuela de libertad.
Formulado así, sin retiscencias, el ideal hacia el cual debemos tender, conviene recordar que en la práctica únicamente la aceptación de una disciplina hace posible la colaboración. Es, pues, más cuerdo someterse a una regla criticable, que pretender no obrar sino según su idea. El verdadero Masón sabrá discernir y no obrará sino inspirándose en el bien real de la Orden. No olvidará nunca, por otra parte, el respeto que todo iniciado debe a la ley, por más imperfecta que sea.
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