La masonerÃa abre las puertas a sus actividades, pero conserva discreción
Por Oscar Muñoz
Pocas instituciones despiertan tanta intriga, polémica y hasta aversión como la masonerÃa.
Sin embargo, contra ese velo de misterio que tiñe sus actividades, su sede se levanta en pleno centro porteño, ocupando un edificio centenario de dos plantas con balcones a la calle, identificado con el sÃmbolo que cruza el compás y la escuadra, y que apenas consigue llamar la atención de algún transeúnte observador.
Pero apenas se transponen los amplios portales, es difÃcil no sentirse influido por una atmósfera de elaborada discreción, como de templo pagano. Y algo de eso hay. Los masones respetan a todas las religiones monoteÃstas, pero no adscriben estatutariamente a ninguna.
En la sala de reuniones, presidida por el célebre cuadro Un episodio de la fiebre amarilla que muestra al Dr. Roque Pérez, primer gran maestre, su contemporáneo sucesor y colega Nicolás Breglia, continuador de una polÃtica de puertas abiertas a la comunidad, trata de restarle margen a tanto recelo.
“La masonerÃa es una institución iniciática que aspira a un curso vital de perfección tanto ético como de conocimiento –refiere–. Sus miembros deben poseer y respetar a lo largo de vida ciertos valores que implica hacer lo que se debe, no lo que se puede. En ese sentido, entendemos que el fin no justifica los medios”.
La ceremonia de iniciación de un “hermano” es el resultante de un perÃodo de aceptación tras una serie de reuniones informativas con distintos grupos de miembros, que tienen la responsabilidad de su voto.
Las logias son el brazo activo de la institución, que nuclea en la actualidad a unos 12.000 adherentes distribuidos en todo el paÃs. Se reúnen dos veces por mes para analizar temas y trabajos.
“Tenemos tenidas cerradas y otras abiertas al público en general, porque la masonerÃa está en polÃtica de expansión”, apunta Breglia.
Los requisitos para presentar la solicitud remiten a una fórmula un tanto vaga en el enunciado. Se debe ser “hombre libre y de buenas costumbres”. No se exigen condiciones excepcionales en ningún sentido ni tampoco hay restricciones de Ãndole religiosa, social ni económica, sólo se reprueban los extremismos y el dogmatismo.
“Los iniciados asumen el compromiso de adquirir conocimientos hasta el final de sus dÃas. Porque los masones consideramos que el hombre es forjador de su destino. No creemos en el hombre providencial”, orienta.
“Cuando finaliza su vida, hacemos una ceremonia de evaluación si cumplió con ese compromiso y si ha llevado una existencias sin manchas simbolizada en el mandil blanco con que es investido en su iniciación”, revela el Gran Maestre.
“Discreta en las democracias y oscura en la dictaduras”, la masonerÃa actúa de manera anónima en situaciones de catástrofe, como las recientes inundaciones en el noroeste argentino, y mantiene un hogar filantrópico en Máximo Paz.
“A lo largo del tiempo, tuvimos que preservarnos de los poderes en nuestro intento de democratizar la sociedad”, concluye.
Fuente:Diario Bae
Deja una respuesta