Satanismo y masonería
Aprovechándose de una amnistía, Léo Taxil volvió a Francia y se manifestó como un gran anticlerical. Extraordinariamente prolijo acumuló una gran fortuna con títulos como «Pío IX ante la Historia, su vida política y pontifical; sus vicios, sus ídolos, sus crímenes», etc.
Uno de los casos más grotescos de la dura polémica entre la Iglesia católica y la masonería a finales del siglo pasado, y que dio origen a la leyenda del satanismo en la masonería, es el de Leo Taxil, francés, cuyo verdadero nombre era Gabriel Jogang Pagés, nacido en 1854 en Marsella. A los 19 años comenzó su doble carrera de periodista y fumista.
Llegó a movilizar varias chalupas con más de un centenar de soldados armados de arpones para buscar los tiburones que infestaban la rada de Marsella.
Numerosos pescadores habían dirigido cartas angustiosas a las autoridades de la zona. Poco después se supo que los tiburones sólo existían en la imaginación de Léo Taxil, que era quien había escrito todas las cartas. Por esas fechas estaba de redactor en un periódico sensacionalista La Marotte que acababa de ser prohibido por delito contra las buenas costumbres. Más tarde, Taxil, condenado a ocho años de prisión, logró huir a Ginebra, donde reincidió. Las sociedades de eruditos y de arqueología de toda Europa recibieron la sorprendente noticia de que las ruinas de una ciudad romana aparecían bajo las aguas del lago Leman. Una vez más Léo Taxil se había vuelto a reír de la opinión pública.
Leo Taxil, después de haber pertenecido durante un breve tiempo a la masonería (de la que precisamente fue expulsado), causó enorme sensación en 1885, cuando aparentó su conversión y vuelta a la Iglesia católica.
Decidió hacer de la masonería un gran y lucrativo negocio. Con ese fin publicó toda una serie de libros antimasónicos. El primero llevaba por título Los Hermanos Tres Puntos. Revelaciones completas sobre la Masonería [París, 1885]. En este y en los siguientes libros: El culto del Gran Arquitecto, Las Hermanas masonas, La Francmasonería desvelada y explicada, El Vaticano y los masones, Los asesinatos masónicos, La leyenda de Pío IX masón, etc., puso sobre el tapete las más absurdas patrañas, que acompañaba de pasajes tomados de los verdaderos rituales masónicos.
Ya en los Tres Hermanos Puntos lanzó la idea de que los masones practicaban el culto del diablo. En el libro Las Hermanas Masonas describe el «culto del demonio», llamado Palladismo, inventándose orgías en las que Lucifer era venerado como el Príncipe. Además se debía adorar a Satanás, representado en forma de Baphonet, un ídolo con patas de cabra, pechos de mujer y alas de murciélago. El punto culminante consistía en la profanación de hostias robadas previamente.
Una gran parte de los periódicos católicos del tiempo llenaron diariamente columnas enteras con estas revelaciones. El propio Papa León XIII llegó a recibir al «converso» en una audiencia especial.
Negocio floreciente:
El arzobispo y jesuita francés Léon Meurin escribió un importante y truculento libro, La Francmasonería, Sinagoga de Satán [París, 1893], que se apoya como toda autoridad en Taxil, y que incomprensiblemente fue traducido al castellano en 1957 por Mauricio Carlavilla. Lo titula Filosofía de la Masonería [Madrid, 1957], y su continuación Simbolismo de la Masonería, para llegar a la conclusión de que la Masonería es la continuación de todo el satanismo pre y post cristiano, movilizado para destruir el Cristianismo.
Pronto tuvo Taxil numerosos discípulos. Uno de ellos, el doctor Bataille que en realidad era un alemán llamado Hacks que escribió una voluminosa novela titulada El diablo en el siglo XIX o los misterios del espiritismo. La Masonería luciferina[París, 1892].
El italiano Domenico Margiotta que publicó El culto de la Naturaleza en la Masonería universal [Bruselas, 1895]. Jules Doinel, más conocido por J. Kotska, escribió Lucifer desenmascarado [París, 1895]. Estampez-Jannet publicóLa mano del diablo o la Masonería [Avignon, 1885]. Un alto eclesiástico, monseñor Armand-Joseph Fava, obispo de Grenoble, también se afilió a los discípulos de Taxil, escribiendo El secreto de la Masonería [Lille, 1885]. El negocio floreció y los escritos de Taxil, Hacks, Margiotta, etc., encontraron venta rápida. En concreto, de Los Hermanos Tres Puntos; en poco tiempo se vendieron hasta 100.000 ejemplares.
Diana Vaughan, la «noble señora»:
El punto culminante del «fraude» Taxil alcanzó auténtico vértigo cuando Taxil y sus amigos inventaron una segunda criatura femenina, la Palladista Diana Vaughan, que se suponía era hija del demonio Bitrú, con susMemorias de una Palladista [Paris, 1895-97], cuenta cómo fue consagrada a Satán al ser recibida en una logia donde fue posesionada por el diablo Asmodeus.
Fue tal la psicosis, que La Civiltà Cattolica; órgano oficioso del Vaticano, elogió a «la noble señora» y a los «otros esforzados combatientes». De todas partes llegaron a Diana Vaughan entusiastas cartas, y como hizo un donativo el cardenal Parochi, de Roma, para la celebración de un Congreso antimasónico; éste le envió de parte del Papa su bendición apostólica.
El lunes de Pascua de 1897; Taxil había convocado una gran asamblea en la sala de la Sociedad Geográfica de Paris, en la que tendría lugar una conferencia sobre el culto palladista.
Pero Taxil aprovechó la concurrencia para comunicar que había conseguido la más grandiosa mixtificación; pues Diana Vaughan jamás había existido y había estado engañando a la Iglesia católica desde hacía doce años de un modo formidable. No pocos escritores se hicieron eco del affaire Taxil. Algunos títulos son elocuentes: El fin de una mixtificación; Léo Taxil, el rey de los fumistas; Las imposturas de Léo Taxil; La más grande mixtificación antimasónica, etc.
En 1896 tuvo lugar en Trento el esperado con gran pasión Congreso Antimasónico. Se reunieron no menos de 36 obispos; 50 delegados episcopales y otros 700 delegados. En el centro del Congreso estuvo el asunto de Diana Vaughan. Pronto se manifestaron dos direcciones opuestas. Por un lado los alemanes que ya se habían repuesto del embuste de Taxil; y por otro la gran mayoría que estaban de buena fe al lado de Vaughan y Taxil. El mismo Taxil, recibido con grandes aplausos, intervino en el debate; adjudicándose un gran triunfo cuando sacó del bolsillo una «fotografía» de Diana Vaughan.
Engaña; que algo queda:
Algunos círculos antimasónicos; en especial franceses, resentidos ante el triste desenlace del caso Taxil, intentaron buscar una solución que contrarrestara la impresión causada en los ambientes intelectuales. Entonces dieron un nuevo enfoque a su lucha antimasónica que quedó centrada no ya contra la masonería satánica, sino contra la masonería política, cultural y social, fundándose una serie de organizaciones antimasónicas como la que patrocinaba la Revista Internacional de las Sociedades Secretas, o la Revista Antimasónica; o Los Cuadernos del Orden.
Extractado de: José A. Ferrer Benimeli (Universidad de Zaragoza). El contubernio judeo-masónico-comunista, Madrid, 1982, pp. 31-133.
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