En recuerdo y homenaje a Rosario de Acuña
Autor: Víctor Guerra/ Fuente: Asturmason
Les aporto un largo y desconocido discurso que la librepensadora Rosario de Acuña en la noche del 29 de Septiembre de 1911, en el Teatro de los Campos Elíseos? de Gijón (Asturias)? ante un amplio auditorio, masculino en su mayoría, es la lección magistral de inauguración y apertura de los trabajos de la Escuela Neutra Graduada de Gijón.y que muestra unas de las preocupaciones de los masones LA EDUCACION, ya que la Escuela Neutra gijonesa fue mantenida durante toda su existencia por la Logia Jovellanos, n? 1 y la Gran Logia Regional del Noroeste -Gran Oriente Español
Víctor Guerra.
EL ATEISMO EN LAS ESCUELAS NEUTRAS
?Señoras y Señores: Es de tal importancia el asunto de las escuelas neutras, que justifica la osadía de dirigiros la palabra una mujer, en los linderos de la vejez, huida de exhibiciones sociales y que no cuenta con méritos bastantes para colocar su personalidad femenina al lado de varones ilustres, genios de la oratoria , y todos maestros de sabiduría.
Mas yo creo al auditorio penetrado del transcendental motivo que nos congrega, y espero que oirá con indulgencia y así se lo suplico, mi pobre voz, aquilatando entre mis palabras, el latido de un alma ardientemente enamorada de la justicia, de la razón, de la belleza, de todos los atributos de la Suma Verdad, hacia la cual hombres y mujeres, viejos y jóvenes, cultos e incultos, tienden sus pensamientos y sus voluntades, con afán insaciable; porque es predestinación del hombre dirigir todas sus energías hacia Ella, hasta rendirla, en ocasiones, el holocausto de su vida. Véanme, pues, en mi pequeñez, ofrendando mis cansadas fuerzas, mi humilde poder, á este ideal de verdad, de perfección y de engrandecimiento patrio, que aquí nos une, y por el cual estoy pronta a dar todas las palpitaciones de mi corazón y todos los pensamientos de mi cerebro… Y entremos de lleno en el asunto: El ateísmo en las Escuelas Neutras.
Dejo a los intelectuales masculinos el explicar la honda virtud científica, social, y biológica de la escuela, su imprescindible necesidad en los actuares tiempos, horas de amanecer de una edad nueva, que aventará los restos de esta edad presente; quede para ellos explicar la vitalidad que reciben las razas cuando estas escuelas forman su juventudes todo lo positivo y experimental que entraña el asunto, debe ser tratado por mentalidades masculinas, las obligadas a llevar la estirpe hacia los más altos ideales de felicidad, por los cuales ha ido subiendo la vida desde el bruto a la criatura humana, por los cuales subirá desde la criatura al ángel.
Voy yo, al lado de ellos, a decirles a las madres , a las mujeres, a los mimos hombres, pues hay muchos, también necesitados de ideales sentimentales, el inmenso horizonte lleno de tiernas creencias, de dulce sensibilidad, de fé honda y pura, que se abre ante las almas juveniles con esta enseñanza de la escuela neutra que es, en el fondo, la enseñanza de las leyes de la naturaleza, no como la presentan los deformadores de Dios, sino como la ofrece, a la atónita mirada de los pensadores la voluntad divina de su Creador: y tomo a mi cargo esta tarea, porque una de las armas que intentan clavar, todos los anormales, sobre ésta naciente escuela, es el espacioso argumento de que es una escuela sin Dios…
¡ Ah señores ¡ ¡ Cuando esto se oye no es posible quedar en la oscuridad y el silencio, por muy gratos que nos sean¡ Se hace preciso salir a defender…, no a Dios, que no le sería encomendado a imperfecta criatura su defensa>; hay que defendernos, rechazando de sobre nosotros ese calificativo con que se nos quiere presentar ante las incultas masas, para destruir la labor que por la razón, la fé y la patria, vienen haciendo, a costa de un sufrir continuo, todas las almas conscientes, grandes o chicas, que nos preocupamos por el bien de la humanidad.
Sí; hay que rechazar esos ataques de los muertos de la raza, que anquilosados en sus dogmas estrechos, viven, mejor dicho vegetan, sin otro fin que, arrastrar los ardores de la vitalidad al in pace de sus conciencias, donde no hay más luz que un reflejo, amortiguado, de aquella que hace 19 siglos se encendió en el Gólgota, y que las concupiscencias de los fariseos ha entenebrecido con asfixiantes miasmas. Es preciso que todas las creencias mistificadas por el orgullo y la sensualidad de los hombres, no impongan sus dogmas al triunfante caminar de la especie hacia las cumbres de la razón, adonde va guiada por las leyes de la Naturaleza, obra de Dios
El estrecho criterio que informa a todos los mercenarios de la fe, nos llevaría de nuevo al légamo hirviente de las edades prehistóricas; es preciso que apartemos de nuestro camino, con misericordia, pero con firmeza, a esas almas que se yerguen al paso de la razón adulta del hombre, como bloques de granito en abrupta costa; que las rompientes las circunden , y aunque no sean derribadas de pronto, el manso vaivén de las aguas irá desmenuzándolas hasta convertirlas en suave arenal donde rondaran luego las olas, vistiéndolas de espuma: nuestra labor acaso sea de siglos, pero su desmenuzamiento es seguro; los límites de nuestro esfuerzo se pierden en las profundidades del porvenir, así como sus durezas se hunden en las oscuridades del pasado: nosotros vamos hacia el paraíso, ellos vienen del caos.
La duda es imposible; la Humanidad camina hacia Dios; toda nuestra existencia es la elaboración de lo imperfecto a los perfecto; el edén no pudo estar en la tierra; el primer suspiro de la vida planetaria fue un rugido y un zarpazo. Del divino soplo que anima toda la naturaleza, los primeros seres conscientes no tuvieron más que e una intuición: la vida del niño es la semblanza de la vida de la Humanidad, y aún hay que quitar al niño lo que en su razón tiene de herencia; cada paso del hombre es un escalón subido hacia la suprema verdad: en tanto la Humanidad es infantil, la intuición de Dios se le representa a su imagen y semejanza; todas las religiones de la infancia de la especie le forman a semejanza del hombre y todas sucumben, roídas por los siglos, bajo el peso de las imperfecciones humanas.
Cuando los dioses se conforman así, están destinados al pudridero, como esta flébil carne y quebradizos huesos que nos constituyen. La idea de Dios, relacionada con nosotros mismos, achica a Dios y nos achica a nosotros; el bello ideal de una alta mentalidad; debería ser borrar del lenguaje la palabra de Dios, no para negarlo sino para no profanarlo. Hoy por hoy, Dios está en los limbos del antropomorfismo donde le metieron todas las religiones positivas de la infantilidad humana, más que para reverenciarlo, para asegurar la supervivencia personal y la compraventa de los paraísos.
La Escuela Neutra deslinda el campo de las creencias; a un lado todos los que moldean y sistematizan la divinidad; del otro lado la ciencia donde las almas que se pueden ver y oír encontraran fácilmente a su Dios. Esta escuela, por lo tanto, no es atea, coloca al hombre en el camino de la fe: el estudio de las leyes de la naturaleza es oración clarividente al Sumo Hacedor . Conocer a Dios en su ser, nos es imposible; admirarle en su obras, de las obligaciones de toda alma racional y ¿qué es sí no una admiración profunda y avasalladora el conocimiento de las leyes que rigen en la tierra y la vida, el cuerpo y el alma?
Yo, por mí, se deciros que, cuando en los linderos de mi niñez, asomé mis ojos a un anteojo en el observatorio astronómico de París, y ví pasar ante mi vista el planeta Venus en su plenilunio, con sus polos brillantes, y su ecuador ceñido de plateadas nubes, fue tal mi emoción de amor al creador de tan hermoso astro, que mis pupilas se anegaron de lágrimas y se grabó en mi mente la firme creencia en su existir y su poder; y cuando, en otra ocasión , estudiando la vida de los insectos ví , en el microscopio, el tenue embrión de un huevo de hormiga, me arrodillé fervorosamente enviando al autor de tal maravilla la más incondicional sumisión…¡ Este es el ateísmo de la Escuela Neutra! Ella le dice al niño: ? Mira, oye, observa , estudia y deduce?
La química y la física al descomponer y componer ante su vida todos los elementos de los cuerpos; al descubrir sus energías pesándolas y midiéndolas; al enseñarle todas las transformaciones y propiedades, le hace tener conciencia de la soberanía de su entendimiento obligándole a mayor responsabilidad en sus acciones. La fisiología y la higiene escalpelando músculos y nervios, analizando vísceras, exponiendo la maravillosa organización de los seres y dándole reglas invariables para la conservación de la vida y la salud, hacer volar su imaginación hacia el maravilloso artífice engarzador de tantas filigranas.
La astronomía y la geología, las dos ciencias madres de la razón del hombre, abren ante el niño páginas sublimes, que, al descubrirle en el cielo miríadas de mundos, al señalarle en el planeta miríadas de siglos y transformaciones, al hacerle ver la similitud de las leyes que rigen los astros y la tierra, inician en su inteligencia el concepto de un entidad. Alma Única, eterna e infinita, de la creación.
La geografía y la historia, al hacer sentir, bajo sus pies, las realidades de su morada, y al llevar su razón a los primeros pasos de su especie, le colocan en aptitud de caminar sereno por entre dolores y placeres, con esa fortaleza y serenidad que nos da el conocimiento de nuestra insignificancia individual ante la muchedumbre de pueblos y la multiplicidad de siglos.
La historia natural, al exponer a su contemplación ese hermoso mundo de las plantas y los animales, que ha sido en la tierra el precursor de nuestra fuerza, de nuestra agilidad, de nuestras costumbres; mundo admirable de bellezas, que nos acompaña, nos sirve, nos viste y alimenta, se nos somete y nos descansa, nos sigue y a veces nos flagela acaso para hacernos salir pronto de sus límites, ese mundo que nos demanda respeto y ternura, facultades necesarias en el alma de los niños para que la sombra de la garra, que aún fluctúa en ellas… se cambie en caudales angélicos.
La agricultura, esa ciencia de agónico vivir en la patria, que existe en la mayoría de nuestros campos, con una rutina prehistórica, al presentársele al niño en la Escuela Neutra, coloca en frente de él uno de los problemas más transcendentales de su futura vida, puesto que sin agricultura científica y racional, ilustrada y enaltecida, jamás la civilización florecerá en nuestro pueblo, jamás el alma española sentirá la fe en el trabajo, en la fraternidad y en la democracia.
La moral universal, enseñada al niño, es una derivación de todas las ciencias exactas, una condensación que los sabios y los buenos de todas las razas y de todos los siglos, han hecho de la justicia, de la verdad y de la belleza, para dotar con ella la especie humana: es una flor espléndida nacida en los vergeles de la sabiduría y de la virtud, de pétalos multicolores que se yergue en los campos de la civilización, para extender su perfume celeste a través de los mares y de los continentes llevando, de raza en raza, el polen fecundo del amor fraternal. Del conocimiento de la moral universal nacerá, en el corazón de los niños, la raigambre de todas las tolerancias, de todas las misericordias, de todos los altruismos…
Sí; es preciso que en nuestros niños, que casi al nacer tienen ya sus almitas escoriadas por la imagen del diablo, brote la dulce fuente de la sensibilidad piadosa, que nos hace ver en cada hombre un hermano, en cada vicioso o criminal un enfermo, en cada inferior o inútil un necesitado.
Es preciso que nuestros pequeñuelos, ciudadanos o campesinos, se nutran de aquellas dulzuras delicadísimas que Edmundo Amicis trazó en sus libros ?Corazón?, uno de los compendios de moral más hermosos que concibió el entendimiento. Es preciso que ese odio sectario que nutre nuestra infancia, sea sustituido por una templanza y un amor al prójimo verdaderamente religiosos, capaces de borrar, en lo provenir, del alma ibérica, todas las ferocidades que hoy la anormalizan. Es preciso enseñarle que los hombres ¡ Todos los hombres! Judíos, moros, protestantes, o budistas, católicos o salvajes, todos son acreedores a nuestro amor; todos son peregrinos hacia el imperio de Dios, centro único de la inmensa rueda de la humanidad, cada uno de cuyos radios es la diferente manera que cada hombre tiene de adorarle.
Es preciso que los estados de Satanás, donde la ignorancia, el fanatismo y la superstición arrojan a una buena porción de hombres, queden cerrados, definitivamente, para la inteligencia infantil, que no debe atemorizarse con otro daño que aquel que se hará a sí misma si sus acciones no proceden de un hondo amor al prójimo y un profundo respeto a las leyes de la naturaleza.
Para toda esta nutrición, rica en sentimientos altruistas y deístas, que se le da en la escuela neutra al tierno infante, no se necesita el contrapeso necrósico de las viejas creencias, estacionadas en una concepción de Dios, que ya no satisface a esta plenitud de razón de las almas que han vislumbrado, en el cielo, moradas superiores a la nuestra y han descubierto, en los átomos, poderes de ordenación inviolable. El alma del niño evoluciona ante las maravillas que se le hacen conocer y su pensamiento al engrandecerse engrandecerá la idea de Dios librándola de las míseras pasiones del odio y la envidia: esos progenitores del fanatismo, que han hecho fracasar el dogma de la fraternidad humana; y al elevar en su pensamiento el concepto de la divinidad, la llevará allá lejos, muy lejos, a lo infinitamente pequeño, donde las afinidades de los átomos transformas las piedras en fluidos, en luz las vibraciones, el calor en fuerza, la muerte en vida, lo efímero en lo eterno.
¡Quién osa calificar de atea esta enseñanza de la escuela neutra! ¡Qué templo puede compararse a esa iniciación de Dios que se le ofrece al niño al abrir, ante su instinto investigador las páginas de la Creación!
¡La enseñanza de las ciencias positivas no son embolismos creados por las mentes de hombres enfermos de atavismo, que evocando las edades viejas se postran ante el rayo, divinizan el tronco o la piedra suponiéndoles poderes sobrehumanos, y ponen en la boca de los muertos la moneda y el signo cabalístico para que pasen, libres de tributos, al recinto de la gloria. La enseñanza de las ciencias positivas no radica ni se sustenta en las palabras de los hombres, manera pueril de inculcar la fe muy usual en España, donde todavía se siente el horror a la funesta manía de pensar, única manía que emancipará el rebaño humano de las dentelladas del lobo.
Toda la enseñanza de la escuela neutra puede comprobarla el alumno; el conocimiento va directamente a su razón; los maestros no son más que expositores de la verdad. Es de esperar que no se cree la casta de sacerdotes de la ciencia; la universalidad de todas evitará este funesto parasitismo…
Y voy a terminar, porque comprendo vuestra impaciencia ante mi tosquedad de expresión.
Resumiré la transcendencia sentimental de la escuela neutra. Las almas en ella formadas salen a la lucha mundial blindadas por los resplandores de una fe inmensa en el Dios de la naturaleza; de cuyos altares son sacerdotes todas las criaturas humanas. Cuantos vaivenes sufran en su labor, no bastará a borrar del fondo de sus conciencias la idea del Creador, levantada en ellas por la compenetración con el Universo; y cuando el sopor de la vejez o la agonía de la muerte entolde sus cerebros para los afanes de la tierra, una dulce esperanza en la perennidad de la vida saldrá a las lindes de su senil o agotada memoria diciéndoles con voces celestes: ?¡Nada, nada se pierde en el Universo! Ese pensamiento en tu cerebro, que es vibración; ese poder de tu voluntad, que es calor; ese palpitar de tu existencia llena de sensaciones en todos sus minutos, que es energía molecular; todo ese ser material de tu alma, que no por no verse, pesarse, ni medirse deja de ser, no puede perderse jamás. Cuando supongas que ya no hay más allá; cuando desaparezca ante ti por la espiritualidad de la materia la posibilidad de la vida consciente y racional, de la positiva materialidad de tu espíritu surgirán nuevas vibraciones, nuevo calor, nueva energía, con las cuales cantará tu alma eternamente el triunfo de Dios!?
Mandad, mujeres y madres, vuestros hijos y deudos a la Escuela neutra, que ha de contribuir a la civilización de Gijón, sin duda avergonzado al mirar en sus calles tantos rapazuelos que, con MUCH?SIMA RELIGIÓN DOGMATIZADA, se burlan de los ancianos, escarnecen a las mujeres, maltratan a los animales, roban frutas, se apedrean e insultan y sirven después como manadilla de dulces corderos, para comparsas de manifestaciones fanáticas y supersticiosas.
Venga esa mal educada, mal guiada y mal empleada infancia gijonesa a esta naciente escuela. El resplandor de Dios ilumina sus umbrales. Toda la sabiduría que el hombre puede acumular en su cerebro se transforma en oración al Creador del mundo.
Ninguna ciencia ni conocimiento adquirido por el propio pensar y sentir aleja de la divinidad. ¡Ah, qué dicha saberlo todo! ¡Bendita ansia de saber, puesta por Dios en el corazón de los hombres para que no pierdan el camino que conduce a El! ¡Hundamos el alma en el secreto que por todas partes nos rodea! ¡Marchemos adelante, siempre adelante, desentrañando causas hasta hallar la suma de todas! ¡Qué inmensidad infinita se extiende ante nosotros ¡pobrecitos mortales! Todavía ciegos y sordos en el inmenso piélago de la naturaleza! ¡Como no postrarse, y con humildad de corazón dirigirse a ese Eterno desconocido entre cuyos mandatos nos debatimos, no siempre acordes en cumplirlos, y teniendo siempre que obedecerlos!
Abriguemos con nuestra voluntad esta escuela neutra, templo nuevo que se abre para la adoración del Misterioso incógnito, organizador, en la infinidad del tiempo y del espacio, de los mundos y de las almas.
Hay una cosa que positivamente sabemos; que en pos de nosotros llega una generación más apta para el conocimiento de la Verdad. Trabajemos para hacerle menos penoso el camino; que sus vidas resplandezcan con el fulgor de la razón y la fe, alfa y omega que abre y cierra el destino de la Humanidad sobre la tierra. Dejémosla, al morir nosotros, con la conciencia bien iluminada por la luz de la sabiduría, único faro que alumbra la noche del olvido y la muerte
Hagamos que mire serenamente la ruta ascensional en cuya cumbre, cimentada por los siglos, ornada con la ofrenda de los santos y los genios, se vislumbra perenne la Divina Justicia. ¡Vayamos todos unidos, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, cultos e incultos, a buscar el porvenir, esculpiendo en el fondo de nuestras almas aquella frase que, hará diez mil años, enseñaban las leyendas de los dioses índicos, y que hace diecinueve siglos fue repetida, por los labios de un justo, en el corazón de Galilea.
Amaos los unos a los otros.
He dicho.? Rosario de Acuña
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