Porfirio Díaz.- Se pudiera afirmar que existe mucho escrito (aunque no lo suficiente) sobre la masonería y el papel de los Masones en dos etapas de la historia de México.
La primera, en la Guerra de Independencia, en su consumación y en aquella etapa de consolidación de la República y; la segunda, en la Guerra de los Tres Años o de Reforma; así como en la posterior Guerra de Intervención Francesa, la Lucha contra el Imperio y la Elevación de las Leyes de Reforma al Rango Constitucional.
Después, hay una especie de vacío histórico y no se habla de la masonería ni de los masones más que de forma incidental, como si hubieran dejado de tener un papel activo y determinante en el devenir histórico de nuestra Patria.
Se menciona, en la importante etapa que corresponde a la Revolución Mexicana, que el general Porfirio Díaz fue masón, que Madero también lo fue, y que tal vez Carranza lo fue. Y hasta ahí. Pero buscando en la historia, se descubre que no fue así de simple. Sí es cierto que la masonería y los masones sufrieron una suerte de presiones políticas (gubernamentales) que impidieron se manifestaran ante el régimen y el estatus quo como se manifestaron en aquel decimonónico siglo y con la fuerza que los caracterizó. Pero de ninguna manera permaneció la masonería ni los masones ajenos e inmutables al sistema político-económico imperante durante el Porfiriato. Estuvieron conscientes de las desigualdades e injusticias del régimen y; su papel fue determinante para definir en gran medida el tipo de nación que ahora somos.
EL PORFIRIATO
Después de casi un siglo de guerras sangrientas y desgastantes contra extraños y entre hermanos, en las que la Nación perdió muchos hombres, recursos financieros y gran parte de su territorio y en las que además, se impidió el desarrollo económico, los imperativos del gobierno en México eran: imponer la paz a toda costa, constituir un orden (en lo legal y lo civil) y engarzarse a la dinámica capitalista de algunos países europeos y de los Estados Unidos, para lograr el progreso.
A finales del Siglo XIX el gobierno del general Porfirio Díaz veía en los modelos económicos de esos países la vía más viable para sacar a México de la pobreza y del atraso en el que se encontraba; infortunadamente, en el devenir histórico mundial, México, llegó tarde a ello e ingresó al paradigma del capitalismo cuando los países dentro de esa corriente filosófico-económica ya estaban en una etapa más avanzada y agresiva del mismo: el imperialismo despiadado.
Cabe anotar que para implantar el sistema capitalista hay dos vías, en México, el gobierno porfirista siguió la vía reaccionaria o “Junker”, la cual se caracteriza por la implantación del sistema desde las cúpulas o clases altas. Por esta vía, los terratenientes feudales conservan sus tierras y el poder y paulatinamente se transforman en capitalistas; se niegan los cambios democráticos en lo político, se crea un gobierno autoritario y se conservan las alianzas entre los terratenientes y la burguesía. La otra vía, la “Farmer” o plebeya, y que no se siguió en México, libera las fuerzas creativas y revolucionarias expresadas por las masas en un proceso de transformación desde las clases sociales bajas hacia las altas; implica esta vía el desplazamiento de los terratenientes feudales y la desaparición del sistema económico feudal. El desarrollo económico por esta vía impulsa la pequeña propiedad agrícola, esto es, a los rancheros o farmers.
La política económica porfirista, eligió la vía Junker y; ésta, implicó un impulso del capitalismo privilegiando por todos los medios la inversión extranjera, así como el apoyo a las grandes haciendas que, con la figura jurídica plasmada en las Leyes de Colonización y de Terrenos Baldíos, que sostenían el quehacer de las compañías deslindadoras, se convirtieron en grandes latifundios capitalistas.
De esta forma, el gobierno se empeñó en fomentar y convertir a México en un país donde la producción estaba inclinada hacia las exportaciones de materias primas agropecuarias, minerales y petróleo. Poca atención se le dio a la industrialización y al desarrollo de los mercados internos.
Consecuentemente, las vías de comunicación estaban diseñadas para transportar los productos de exportación a los puertos marítimos y a la frontera con Estados Unidos. En cambio, las vías de comunicación para interconectar las diferentes regiones geoeconómicas del interior del País eran casi nulas.
De 1877 a 1910, el producto interno bruto creció a una tasa anual de 3.4% y pasó de 15,692 millones de pesos a 47,054; mientras que la población crecía a un ritmo de 1.4%. La producción, pues, crecía con mayor celeridad que la población. Estos datos pueden crear una visión muy equivocada del Porfiriato, ya que a pesar de la riqueza y el avance económico, el patrón de acumulación del capital era bastante desigual. Los beneficios del sistema económico se concentraban en muy pocas manos, se concentraban en un reducido número de terratenientes, de empresarios y de comerciantes, de banqueros y de inversionistas extranjeros. Las masas, vivían en la pobreza.
En esos años, la población de México era de aproximadamente 13.5 millones de habitantes, de los cuales once millones (81.48%) estaba integrada mayoritariamente por: 1). Campesinos desposeídos de sus tierras y explotados en las haciendas o refugiados en sus reservaciones y comunidades; 2). Por obreros explotados en las fábricas y las minas y con salarios diferenciales y; 3). Por desempleados. Estos sectores, no gozaban de los beneficios ni de la riqueza generada por el sistema. Casi un Pareto perfecto.
Aunado a lo anterior, la permanencia ininterrumpida en la presidencia de la República, en los ministerios y en las gubernaturas, habían creado una gerontocracia que le impedía a la joven burguesía acceder al poder. Para 1908, Porfirio Díaz tenía 77 año; los secretarios de Relaciones y de Justicia, tenían, cada uno, 82 años; el de Guerra, 77; el de Hacienda, Limantour, 54 y era el más joven. El gobernador de Tabasco tenía 76 años; el de Tlaxcala, 78; el de Michoacán, 75; el de Puebla 73; el de Guanajuato 68 y; el de Aguascalientes, 70.
ESTRATEGIAS PARA EL LOGRO DE LA PAZ Y EL PROGRESO
Desde la óptica porfirista, para que el país lograra la paz y el progreso material por la vía elegida, no había más opción que atender “las muelles, no las leyes”, por lo que había que “embridar a la Nación”. Esto lo logró Porfirio Díaz en un lapso de doce años, de 1876 a 1888 y; consistió en el dominio simultáneo de lo que, él, denominó las “doce riendas”: 1). Represión o pacificación; 2). Divide y vencerás con los amigos; 3). Control y flexibilidad con los gabinetes y los gobernadores; 4). Sufragio inefectivo, sí reelección; 5). Domesticación del Poder Legislativo; 6). Domesticación del Poder Judicial; 7). Doma de intelectuales; 8). Acoso a la prensa; 9). “Pan y palo” con el ejército; 10). Política de conciliación con la iglesia; 11). Gallardía en la política exterior y; 12). Culto a la personalidad.
Estas estrategias de controles sectoriales permitieron mantener al estado y culminaron con la conformación de un partido político único, con un gabinete conformado por los llamados “científicos”, con gobernadores que prácticamente eran empleados de la presidencia de la República, con la existencia de jefes políticos incondicionales, con una policía rural represora y un ejército minimizado pero adecuados para enfrentar a un pueblo ignorante y desarmado. Además, Díaz contó con el apoyo de la iglesia católica, que mantenía sumiso y enajenado al pueblo (la iglesia secundaba la “obra” pacificadora de Porfirio Díaz: En el V Concilio Provincial Mexicano, celebrado en 1896, la iglesia católica, por ejemplo, le ordena a sus fieles obedecer a las autoridades civiles y; esa orden en aquellos tiempo y dirigida a un pueblo sumiso e ignorante, se cumplía). En ese lapso de tiempo se hicieron célebres las frases: “Mátalos en caliente”, “En política no tengo ni amores ni odios” o “Ese gallo quiere su máis”, aplicables a diferentes manifestaciones de malestar o inconformidades sociales y; fue después del logro de esas políticas que se antepuso al nombre de Porfirio Díaz el “Don”.
INCONFORMIDAD SOCIAL
Pero a pesar del aparato represivo, del control gubernamental y de la actividad enajenante de la iglesia, hubo durante todo el Porfiriato manifestaciones de inconformidad, de tal forma que la famosa “pax porfiriana” no era tan pacífica.
Los descontentos y manifestaciones de los sectores campesinos e indígenas explotados, desposeído y despojados fueron brutalmente reprimidos por el gobierno federal y los estatales. En el Noroeste, los yaquis se sublevaron en 1875 y; los mayos, en 1891. Y casi fueron exterminados. Los mayas, en la Península de Yucatán, estaban sublevados desde mediados del Siglo XIX.
En 1877 hubo rebeliones en la Sierra Gorda de Querétaro, en Hidalgo, en Guanajuato, en Michoacán, en Guerrero, en Puebla, en Oaxaca, en Durango, en Coahuila y en el mismo Distrito Federal. En 1878 se produjo un levantamiento en La Huasteca que se reavivó de 1879 a 1881 en las Huastecas Potosina e Hidalguense. En 1882 hubo levantamientos en Juchitán, Oaxaca; en 1884, en Papantla, Veracruz. En 1892, las tierras del pueblo indígena de Tomochic fueron entregadas a la Chihuahua Mining Company, por lo que sus habitantes se levantaron en armas y fueron masacrados por las tropas porfiristas. Heriberto Frías consigna magistralmente este hecho en su novela.
Los levantamientos de campesinos e indígenas continuaron y en 1896 hubo nuevas muestras de rebeldía en otra vez en Papantla y en Soteapan, Veracruz.
Por su parte, los obreros, la nueva clase social que prácticamente había nacido durante el Porfiriato y; que estaba integrada por trabajadores fabriles, por mineros, por ferrocarrileros, por trabajadores portuarios y por petroleros, principalmente, también se manifestaron contra el régimen y sufrieron la misma suerte que los campesinos. De 1881 a 1911, hubo alrededor de 250 huelgas, las cuales estaban prohibidas. A partir de 1905, las condiciones de explotación de los obreros se agravaron y el número de huelgas aumentó. Son bien conocidas las huelgas de Cananea, Sonora, en 1906 y; la de Río Blanco, Veracruz, en 1907.
La huelga de Cananea fue muy significativa. La mina era propiedad de la Cananea Consolidated Copper Company. Ahí se extraía cobre, metal altamente demandado por la creciente industria eléctrica estadounidense. En la mina laboraban entre cuatro y cinco mil obreros. El detonante de la huelga fueron los privilegios para con los trabajadores estadounidenses frente a los mexicanos. Los mexicanos realizaban los trabajos más rudos y recibían $3.00 al día en moneda nacional; mientras que los estadounidenses realizaban labores más ligeras y recibían $5.00 diarios en oro.
En la mina había un grupo de obreros afiliado al Partido Liberal Mexicano (PLM), de Ricardo Flores Magón. Ellos fueron agredidos por dos empleados norteamericanos, quienes en la respuesta al ataque murieron. Para reprimir a los obreros mexicanos, el gobernador de Sonora y el dueño de la empresa trajeron cerca de 300 “rangers” de Estados Unidos, quienes junto con los guardias de la propia empresa reprimieron a los obreros. Los líderes del movimiento huelguista y miembros del Partido Liberal, fueron condenados a 15 años de prisión en el Castillo de San Juan de Ulúa, ubicado en el Puerto de Veracruz.
LAS SOCIEDADES SECRETAS
Durante el Porfiriato hubo varias sociedades e instituciones – digamos – secretas o, que no siéndolo estrictamente, actuaron de forma velada en contra del régimen. Algunas eran espiritistas, como la que acogió u organizó por algún tiempo Francisco I. Madero. Otras, actuaban no tan abiertamente aunque algunos de sus militantes sí lo hicieron, fue el caso de la Iglesia Metodista. Algunos pastores protestantes de esa iglesia, por ejemplo, se integraron finalmente al zapatismo en defensa del campesinado mexicano. Y, obviamente, otra sociedad fue la masonería y los masones.
La masonería, y los masones principalmente, ante el estado de cosas durante el Porfiriato, no permanecieron inmutables. Infortunadamente, las condiciones para con la masonería a finales del Siglo XIX y a principios del XX ya eran muy diferentes a las existentes a principios y a mediados del Siglo XIX.
Y es realmente cierto que tanto la masonería como el clero católico influyeron poderosamente en la vida política de México desde el Movimiento de Independencia hasta la Elevación al Rango Constitucional de la Leyes de Reforma. Al triunfo de los liberales, la masonería prácticamente determinó las tendencias ideológicas que definieron el tipo de Nación que el Porfiriato heredó.
Pero durante el Porfiriato, de finales del Siglo XIX a inicios del XX, las logias, como masonería, fueron perdiendo aquel poder político que las caracterizó a inicios y mediados del Siglo XIX y; paulatinamente el clero empezó a recuperar parte del poder que perdió en la República Restaurada. Esto, en gran medida se debió a la obsesión por constituir un orden y lograr la paz y el progreso a como diera lugar. En ese tenor, Porfirio Díaz, pensaba que se tenían que redefinir las relaciones entre el Estado y la iglesia; así como controlar la actuación de las logias masónicas, ya que su relativa independencia y secreto, eran un obstáculo que podía oponerse precisamente a su política pacificadora y económica.
Así que, con la iglesia, el gobierno porfirista adoptó una política laxa en la aplicación de los preceptos constitucionales, pero sin derogar las leyes heredadas de los liberales de la Reforma, casi todos masones. Por lo tanto, las leyes que normaban a la iglesia se obedecían, pero no se cumplían a cabalidad. Esta política conciliadora le generó a Díaz enfrentamientos con la masonería y sus líderes, principalmente con Ignacio Manuel Altamirano, con una arraigada tradición liberal y que veía a Porfirio Díaz como a un traidor a la Constitución de 1857, a las Leyes de Reforma y a los principios y valores masónicos.
Pero para Porfirio Díaz, era la masonería la que tenía que subordinarse al poder del gobierno y a sus políticas conciliadoras y económicas.
Desde su ascenso al poder, Porfirio Díaz contó con el apoyo de los masones del Rito Escocés Antiguo y Aceptado y con la oposición del Rito Nacional Mexicano. Estando Díaz en el poder, los miembros del Rito Nacional Mexicano fueron acosados por el régimen hasta que finalmente, su líder, José María Mateos, puso en marcha una serie de medidas reconciliatorias que culminaron en 1877 con la decisión tomada en una Gran Asamblea, de no intervenir políticamente con el mandato de Díaz.
Pero para Porfirio Díaz eso no fue suficiente, había más ritos masónicos y todos ellos debían sujetarse al Caudillo. Con esa meta, el 15 de junio de 1883, Porfirio Díaz constituyó la Gran Logia del Distrito Federal y asumió el cargo de Gran Maestro, lo cual promovió una migración de logias a esa nueva organización, debilitando así a otras asociaciones masónicas, particularmente a las que estaban jurisdiccionadas al Supremo Gran Oriente de los Estados Unidos Mexicanos, dirigido precisamente por Ignacio Manuel Altamirano.
Finalmente, el 15 de febrero de 1890 se fusionan los dos ritos masónicos más importantes de México: el Supremo Gran Oriente de los Estados Unidos Mexicanos y el Supremo Consejo del Rito Escocés Antiguo y Aceptado para constituir la Gran Dieta Simbólica Escocesa de los Estados Unidos Mexicanos, cuyo objetivo real fue centralizar y controlar la actuación de las logias masónicas.
Los miembros de la Gran Dieta eligieron a Porfirio Díaz como su Gran Maestro, pero al poco tiempo, él, designó a Hermilo G. Cantón, su incondicional, para que la dirigiera. De esta forma, la gran mayoría de las logias que se afiliaron a la Gran Dieta perdieron su autonomía e ingresaron a ellas miembros totalmente adherentes a Díaz, quienes le informaban de todos los pormenor acaecidos en las reuniones, violando así el secreto.
De esta forma, las logias en general, se convirtieron en lugares inseguros, con informantes y delatores, en donde manifestar libremente las ideas filosóficas o político-religiosas o; concertar y emprender acciones sociopolíticas en contra del régimen, podía acarrear la represión.
Así las cosas, el gobierno estaba seguro de que era imposible que las logias masónicas se convirtieran en “nidos de conspiradores” que pudieran contribuir a una revolución. Aunque hubo unas cuantas logias ligadas al liberalismo radical que rehusaron afiliarse a la Gran Dieta. Las logias, pues, en general se convirtieron en lugares en donde militaban tanto adherentes al dictador como enemigos declarados del mismo, como Filomeno Mata o; futuros opositores del régimen, como Librado Rivera.
Lo anterior denota que hubo dos corrientes políticas en la masonería antes del Estallido de la Revolución Mexicana: una, adherida mayoritariamente a la Gran Dieta y al lado de Porfirio Díaz, colaborando con el estado de cosas y; la otra, la menos, sin comulgar con su modelo económico ni con la política de reconciliación con el clero católico, aunque sus miembros formaran parte de logias afiliadas a la Gran Dieta o no.
El 31 de agosto de 1895, el general Porfirio Díaz renunció a la Gran Maestría de la Gran Dieta y; ya sin su apoyo, Hermilo G. Cantón no pudo controlar a la organización y dicha Gran Dieta Simbólica desaparece en 1901. Pero las logias, infortunadamente, ya estaban muy mermadas en cuanto a su autonomía, membresía y poder de convocatoria.
Para esas fechas, empezaron a surgir en la sociedad civil, organizaciones políticas públicas y abiertas a la ciudadanía. Entonces, los masones, como ciudadanos, no abandonaron el quehacer sociopolítico y; en esa etapa de la historia de México, conformaron también clubes y partidos o; ingresaron a los ya existentes y en la medida de las circunstancias históricas inculcaron en ellos los ideales masónicos.
Librado Rivera, masón reconocido, junto con los hermanos Flores Magón, Ricardo y Enrique, de quienes se firma que también fueron masones, y otros más, constituyen en 1901 el Partido Liberal Mexicano (PLM), el cual hasta 1906 lanza su Programa de Acción. Éste, incluía la suspensión de la reelección para presidente y gobernadores, reformar algunos artículos, promover la educación pública; así como dos puntos que afectaban los interese del clero: 1). Considerar a los templos como negocios mercantiles obligados a llevar una contabilidad y pagar impuestos y; 2). Suspender las escuelas administradas por el clero. Además, el plan contemplaba otros puntos de carácter económico, social y laboral más.
Anterior a la conformación del PLM, otros masones ya habían migraron de sus logias para crear organizaciones políticas opuestas al régimen. En 1896, por ejemplo, fundaron el Club Político Valentín Gómez Farías; en 1898, la Sociedad Patriótica Melchor Ocampo y; en 1900, el Club Liberal Ponciano Arriaga, entre otras.
Escrito por el Il y Pod H Antonio Huerta Paniagua, Gr 33° SN.
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René Mendoza
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