El Padre Nuestro Masónico
Padre Nuestro:
Tú que estás sobre todas y en todas las cosas,
!Antes que sus causas y tras sus efectos,
!En un Infinito que lo abarca todo!
Lo uno y lo diverso.
Padre Nuestro que estás inmanente en el Todo:
Arriba y abajo; muy alto en el cenit,!
Muy bajo en la hondura, bajo nuestro suelo,!
Aunque el hombre te adore en la altura,
cuando ignora que en ella navega “su mundo”;
que estamos flotando en el cielo.
Cada cual santifica Tu Nombre
Según su potencia de conocimiento:
Según lo que alcanza
Con la inteligencia o con el sentimiento,
!Poderes benditos que nos van acercando al Misterio
tras el cual te escondes mientras progresamos
en la ruta infinita del tiempo¡
Sea venido a nosotros Tu Reino:
Por estar en él “somos”; en él “existimos”,
bajo todas las formas de vida que tú has deparado,
en cadena sin fin de experiencias,
anhelos, herencias y cambios de estado;
Juez omnipotente
de causas primeras y causas finales,
¡contingencias de libre albedrio
en circuitos de leyes fatales!
Fluir aparente de luces y sombras,
de bienes y males,
siempre relativos
y convencionales,
¡pero que nos ligan a lo trascendente!
Así yo concibo Tu Reino
con mil horizontes, moradas y planos;
reinando por todo tus leyes,
creándolo todo Tus manos;
siendo Tú el venero
de lo Bueno, lo Bello y lo Justo,
que es lo Verdadero.
Y así se encadena
tomando sentido moral y fecundo
la vida terrena:
“Estar en el mundo
de tres dimensiones”
donde nos acucian oscuros problemas,
y grandes miserias y bajas pasiones,
para “ser” más allá de ese mundo;
en el otro reino que viene o que espera,
en el cual la vida sigue mansamente
su eterna carrera.
Hecha está Tu Voluntad,
así en la Tierra como en el Cielo:
Por doquier asoma,
por doquier la vemos,
cuando alumbran buscando el arcano
las luces inquietas del entendimiento.
El pan nuestro nos distes por siempre,
Providente y Bueno,
antes que naciera en el “homo sapiens”
y en la bestia humilde
el imperativo de hacer que comerlo.
Mas, aunque lo diste con pródiga mano,
has determinado, para que fuera “nuestro”,
que cada uno gane, con trabajo propio,
pan para su alma y pan que nutra el cuerpo.
Yo sé que a tus ojos
están perdonadas mis deudas;
que todas mis culpas
no son más que formas de yerro:
ignorancias que iré cancelando
amando y sufriendo,
mientras subo la escalera gloriosa
del “semper ascendens”;
la ruta bendita de luz y progreso
donde sacrificas a todos los seres
que pueblan los mundos
que van por los cielos.
!Y en ese camino,
donde se proyecta todo mi futuro,
y está mi pasado y vive lo eterno,
cuanto más alcanzo,
más te entiendo,
tanto más perdono las ajenas deudas,
tanto más disculpo el error ajeno.
!Déjarne caer en tentación de pecados,
que pueda medirlos mi discemimiento;
que al librarse de ellos,
por mi propio motivo y esfuerzo,
podré demostrar ante mi y ante todo otro ser,
que, al orar,
he sabido sentir, meditar y querer;
que dentro de mí
hay un ente que “sabe creer”.
Haz que mis hermanes mayores
me libren del mal
cuando yo no pueda valerme y vencerme.
!Seres de otro plano, entes de otro cielo,
que, obrando en Tu nombre,
puedan influir en las cosas del suelo.
¡Sef\or! que me ayuden.
Yo a mi vez prometo
en plan solidario,
auxiliar a aquellos que lo necesiten,
mientras pueda prestarles
mi brazo o mi mente, ayuda o consejo.
¡Sea así! Que se cumpla Tu ley,
Sempiterno instrumento del bien;
la que da a cada
uno lo suyo,
conforme a sus obras y según su grado,
por siglos de siglos, ¡Amén!
Autor: Eduardo Anaya Mena, Maestro Masón, simbólico Asmara, Penal de Burgos, 1941.
Fuente: Eduardo Alfonso, La masonería española en presidio, Barcelona, 1983, pp. 30-31.