Del Juárez masón a Guillermo Tell
Roberto Ponce, México, D.F.
Guillermo Tell fue el alias seleccionado por Benito Juárez cuando se inició en la masonería el 15 de enero de 1847, en el taller Independencia número dos del Rito Nacional Mexicano, cuyo gran maestro era José María del Río, diputado por el Distrito Federal.
¿Por qué Juárez, a punto de ser gobernador de Oaxaca y entonces diputado por su entidad, elegiría como seudónimo precisamente el de Guillermo Tell, un legendario héroe suizo del siglo XIII, opositor a la opresión austriaca de los Habsburgo? Para las creencias masónicas, nada ocurre por casualidad; ¿Tendría Juárez alguna premonición, un acto de clarividencia, acaso presintió su sino patriótico de libertador?
La catedrática María Eugenia Vázquez Semadeni, del Colegio de Michoacán, comienza con aquella anécdota Juárez/Tell su ensayo Juárez y la Masonería, del número especial de la revista Metapolítica en circulación dedicado al «Juárez desconocido. Bicentenario del Benemérito».
Si bien ella no regresa más a la cuestión del apodo, debemos conformarnos con su cita (apuntada ya por Andrés Clemente Vázquez «Oración fúnebre» en El Siglo Diecinueve, tomo LIV, número 10097, agosto 30 de 1872):
«La ceremonia de iniciación, en la que Juárez adoptó el nombre simbólico de Guillermo Tell, tuvo lugar en el Senado de la República, habilitado como templo masónico en el Palacio Nacional. A ella asistieron el vicepresidente Valentín Gómez Farías, Miguel Lerdo de Tejada, Manuel Crescencio Rejón, así como varios diputados, ministros, gobernadores, militares y escritores. En febrero del mismo año se realizaron las elecciones de los dirigentes de la Gran Logia de la ciudad de México, denominada La Luz, en las que Juárez fue nombrado vicepresidente.»
Asimismo, en dicho ejemplar de Metapolítica, número 46, el tema es tratado de paso en Mitos y verdades en torno a Juárez, con una entrevista de Conrado Hernández López al inglés Brian Hamnett, profesor del Departamento de Historia en la Universidad de Essex y autor de Juárez (Biblioteca Nueva, 2006), quien afirma:
«En la masonería, Juárez adoptó el nombre de Guillermo Tell, el patriota suizo del siglo XIII; Lucas Alamán, fundador del Partido Conservador en 1849 y el archiduque Maximiliano también eran masones. El fusilamiento de Maximiliano representó un reto y una advertencia a las potencias europeas, como también a los Estados Unidos, para que no se metieran nunca en los asuntos internos del país.»
Desde luego, causa asombro tal identificación de Juárez con Tell, pues más allá del origen humilde de ambos, su destino patriótico fue igual: liberarse de un enemigo común: el imperio austriaco, el mismo que sojuzgara Suiza en tiempos de Tell y que, en el México de 1867, personificaba el archiduque Maximiliano de Habsburgo, emperador de Austria (versiones atestiguaron que realmente Juárez no lo fusiló). Vázquez Semadeni opina:
«La pertenencia de Juárez y Maximiliano a la orden masónica ha dado lugar a especulaciones, pues se supone que por ello Juárez debía haber evitado que Maximiliano fuera fusilado, dada la obligación de los masones de protegerse entre sí. Difícil parece que Juárez haya indultado a Maximiliano, aun a pesar de la intervención masónica.»
Como sea, ciertamente la figura de Guillermo Tell perduró a través de los siglos como «símbolo impresionante de la libertad de los pueblos» (J. R. de Sallys). Y es posible que Juárez se haya animado a llamarse así para el rito masón no sólo influenciado por la imagen y la leyenda histórica del cazador suizo, sino además, probablemente y si de especular se trata, por la óperaGuillaume Tell producida en París hacia 1829 cuando el Benemérito de las Américas contaba apenas con 23 años de edad; una obra que compuso el músico italiano Gioachino Rossini (1792-1868) con libreto de Jovy y H. L. E. Bis, basado en un drama teatral anterior del poeta alemán Friedrich von Schiller (1759-1805) con Johann Wolfang von Goethe (1749-1832).
Dejemos dos segundos a Juárez y vayamos con su alter ego…
Fulano de Tell
La escena ocurre la fría tarde del 1 de febrero de 2001, en el edificio del número uno de la calle Giacomettistrasse en Berna, Suiza, sede de Radio Suiza Internacional.
Mi colega periodista Roberto Perea y quien escribe este «canto rodado» somos recibidos en un estudio de la estación por el sudamericano Walter Acosta, productor de la serie de 12 programas Suizos ilustres que iniciaba el de Guillermo Tell, así:
Había una vez en el cantón de Uri un cazador famoso llamado Guillermo Tell, quien vivía feliz con su mujer y su hijo Walter en las montañas. Pero su país estaba ahora en manos de crueles gobernadores a la orden del emperador de Austria. Un día cargó al hombro su ballesta, tomó al niño de la mano y descendió al valle de Altdorf. Al llegar a la aldea, se topó a dos guardias con sus largas alabardas que estaban allí para arrestar a toda persona que no se descubriera frente a un sombrero de amplios penachos con los colores de Austria, colocado en lo alto de un mástil en la plaza desierta. Tell iba con la cabeza erguida, por lo que se abalanzaron sobre él, y en ese momento apareció el alcalde Gessler, dueño del sombrero y un tirano harto temido por la población.
–Si quieres que te perdone la vida, te ordeno que atravieses con una flecha una manzana sobre su cabeza, a 100 pasos de distancia. ¡Atrévete!
Tell saca dos flechas, esconde una debajo de su túnica y coloca otra en la ballesta. El arco se tensa y un instante más tarde, la flecha parte en dos la manzana, sin tocar al niño. Cuando se aprestan a seguir su camino, Gessler les sale al paso.
–Un momento, insolente. ¿Por qué has ocultado la segunda flecha?
–Era para vos, monseñor, si yo hubiera matado a mi hijo.
“Gessler ordena lo apresen por intentar asesinarlo. La mazmorra queda al otro lado de lago y en la embarcación que lleva al prisionero viaja también el despótico alcalde. De pronto, se desata un violento huracán. Gessler manda quitarle las cadenas a Tell y otra vez le ofrece perdonar su vida si logra evitar el naufragio. Con habilidad, Tell dirige la barcaza a un peñón cerca de la costa y, de un vigoroso salto, se pone a salvo de sus captores. La tormenta amaina y Gessler desembarca horas después. Tell le está aguardando, saca la segunda flecha y mata al tirano.
Esta es básicamente la historia de Guillermo Tell; relato, leyenda y mito que ha producido en el mundo entero una iconografía vastísima en torno a un tema de atractivo universal: la libertad y la lucha contra la opresión. Como en el caso de los ingleses y Robin Hood, otro gran cazador al servicio de la justicia, nadie discute el valor de Tell en la búsqueda independentista de los pueblos helvéticos a partir del siglo XIV, nos dice Walter Acosta:
«El sombrero, símbolo del poder extranjero; la terrible prueba de la manzana, expresión de una perversa maldad; el llamado «salto de la libertad» en la tormenta y la muerte del cruel alcalde con la segunda flecha, son todas imágenes de gran fuerza dramática que han contribuido a popularizar la saga y transformarla en verdadero objeto de culto.»
La primera vez que se mencionan en Suiza las aventuras de Guillermo Tell es por el año 1470, al publicarse nueve estrofas del romance en el llamado Libro Blanco de Sarnen, tras 163 años del encuentro entre Tell y Gessler. La representación gráfica más antigua del personaje, según consta en la Biblioteca Nacional Suiza de Berna, se encuentra en la crónica del historiador de Lucerna, Petermann Etterlin, escrita entre 1505 y 1507 (http://histoire-suisse.geschichte-sweiz.ch/guillaume-tell.html). Se trata de un conmovedor grabado que muestra al cazador a punto de disparar su flecha sobre la manzana en la cabeza de su hijo maniatado y descalzo junto al árbol.
Dos siglos después, Voltaire reconoce entusiasmado las cualidades dramáticas del asunto, pero su rival literario, Lemire, se le adelanta en 1766 con un drama que resulta todo un éxito en París. En cambio, fue un gran fracaso la primera ópera inspirada en el tema y compuesta por el músico francés André-Ernest-Modest Grétry (1741-1813). Su representación en Ginebra, en 1791, exacerbó a tal punto las pasiones políticas del momento que fue prohibida por el consejo gobernante.
La historia del famoso cazador fue aclamada en la Nueva Inglaterra por los padres peregrinos, así como por los jacobinos en tiempos de la Revolución Francesa y los republicanos durante la Guerra Civil Española. Sin embargo, fue considerada subversiva y condenada por el régimen de Adolf Hitler. En 1941, año en que Alemania ataca a la Unión Soviética, el jefe de la cancillería del Reich, Hans Heinrich Lammers (1879-1962) redacta en el cuartel general el siguiente mensaje secreto:
«Según expresos deseos del Fürher, el tema de Guillermo Tell no debe tratarse más en las escuelas. Por razones técnicas, el Führer no piensa que sea posible suprimir inmediatamente los fragmentos que figuran en los textos de lectura y de historia todavía existentes en las bibliotecas, pero tales extractos no deberán incluirse más en futuras reimpresiones.»
El responsable indirecto e inocente de semejante decisión había muerto 136 años antes: Friedrich von Schiller. Autor a la famosa Oda a la Alegría que Beethoveninmortalizara en su Novena sinfonía, Schiller recibió una carta de Goethe en octubre de 1797, sobre un reciente descubrimiento hecho durante en su tercera visita a Suiza:
«Entre muchos asuntos prosaicos, encontré un tema poético que sobresale como una vedette y que me inspira enorme confianza. Estoy completamente convencido de que la fábula de Guillermo Tell se adaptaría muy bien a un tratamiento épico.»
Cinco años más tarde, Schiller lee atentamente la Crónica Helvética y decide abocarse a la tarea. El drama poético Wilhelm Tell quedó terminado en febrero de 1804. Se estrenó el 17 de marzo en Weimar con puesta en escena del propio Goethe. En el marco de la resistencia alemana al avance de Napoleón, la obra tuvo éxito inmediato. Acosta:
«El argumento combina tres eventos que se alimentan de la tradición, la historia y la leyenda: el incidente entre Tell y Gessler, la conspiración campesina contra la hegemonía austriaca, y un conflicto de lealtades patrióticas y personales entre un barón, su sobrino y una rica heredera. La primera edición, de siete mil ejemplares, es indicio elocuente de la resonancia popular del drama de Schiller.
A Rossini la política no le interesaba en particular, pero el tema de Guillermo Tell se adecuaba espléndidamente a la visión romántica del compositor, quien la estrenó como ópera en París, hacia 1829. Los dos libretistas de Rossini, Etienne de Jouy e Hippolyte L. E. Bis, inspirándose en la obra de Schiller conservaron mucho de la línea argumental del drama. Y mientras el tratamiento de los problemas políticos y humanos tiene en Schiller un marcado acento revolucionario, en cambio, la ópera de Rossini, como en el Rey Lear, de Shakespeare, adjudica un rol fundamental en el desarrollo de la acción a las fuerzas de la naturaleza, para complementar la psicología o el estado emocional de los personajes. Rossini y sus libretistas reconocieron la proverbial influencia de la naturaleza en la formación del carácter de la nación helvética.»
Otra diferencia importante es que en la ópera de Rossini, Guillermo Tell aparece siempre como un rebelde y como el primer instigador del juramento de alianza de tres cantones para luchar contra el dominio austriaco. Schiller, por su parte, muestra un verdadero proceso democrático en la toma de decisiones, creando así la imagen de toda una nación en lucha contra el opresor extranjero.
Acosta musicaliza su programa con el final del segundo acto cuando, al despuntar el día en el bosque de Grötli, las victimas de Gessler alentadas por Guillermo Tell juran liberar a la patria y tomar las armas. Para terminar su ópera y comulgando con el aliento épico de Schiller, Rossini compone un maravilloso Himno a la libertad, precursor del Fidelio de Beethoven:
¡Libertad, vuelve a descender de los cielos y que tu reino comience!
Fuente:
http://www.proceso.com.mx/
columna.html?cid=39099&cat=3
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