Por Antonio J. Candado Aguado
Uno nunca cree que vaya a tener que escribir esto. Nadie jamás espera ver en la televisión cómo cientos de personas mueren o cómo sus vidas se nos esfuman de entre las manos…
Nunca asumes ver tu civilización sumida en el desastre. Hace algunos meses fue en China. Hace semanas llegó a Europa para ensañarse con Italia. Hace escasos días estalló en las calles de España y, muy probablemente, azotará sin compasión los Estados Unidos y el crisol de países de América Latina.
Son momentos de incertidumbre, de tristeza, de ansiedad y de miedo. Momentos caóticos que asolan y sacuden las vidas de millones de personas en todo el mundo. Hablamos del COVID-19, de un virus implacable que se ha cobrado miles de vidas y cuyos estragos, tristemente, están lejos de poderse frenar. Me resulta increíble tener que dejar de lado las materias masónicas más cotidianas como lo son la simbología, historia masónica o los masones ilustres para tener que escribir unas líneas impregnadas de tristeza, pero, también, con la convicción y la esperanza de que resurgiremos.
El confinamiento, el distanciamiento social y las cuarentenas parecen ser algo común en todos los países a los que golpea. Desgraciadamente, el mundo parece haberse paralizado y la sociedad ha abandonado las calles para recogerse en sus hogares a la espera de que las cosas mejoren frenando el ascenso de contagios, como medida preventiva. Parece que todo se ha reducido a la frialdad de usar la tablet, el móvil o el ordenador.
No hay mayores quehaceres que el teletrabajo, los deberes con hijos o nietos, tirar de biblioteca, desempolvar las videoconsolas o aprovechar para ver series y películas. Cierto es que esta anómala, extraordinaria y dura situación tendrá repercusiones psicológicas adversas con la prolongación del confinamiento, pero, a pesar de esto, me es inevitable pensar en estos días en masonería. Por supuesto, en algo más allá de las suspensiones de tenidas, congresos regionales o en el tiempo que voy a pasar alejado de mis hermanos y amigos.
Observando esto de una forma positiva, quizás la vida nos está dando el momento para tener esa conversación para la que nunca teníamos tiempo o para decir a nuestros seres queridos lo que nunca tenemos.
Es, quizá, tiempo de dedicarnos ese momento que nunca llegaba; hablar de eso que solo hablábamos con audios de Whatsapp o poder dedicar a nuestra pareja esa tarde para la que siempre surgía una cosa u otra.
Veamos la crisis como una oportunidad y el confinamiento preventivo como la simbología de retomar la construcción de nuestro templo interno. Aprovechemos a quienes tenemos cerca para fortalecer aun más todo lo que nos une. Habrá tiempo de todo lo demás. Más adelante, lo reconstruiremos todo ahí fuera. Asegurémonos en estos momentos de que, la persona que salga de nuevo a la calle, sea una mejor versión de nosotros mismos para aportar a la sociedad.
Afortunadamente, el COVID-19 está haciendo que las personas den lo mejor de sí mismas.
Es algo que podemos ver día a día en todos esos héroes anónimos que luchan para que la vida continúe, para que todo prevalezca con la normalidad y las comodidades de las que hemos gozado. Recurrentemente me venía a la cabeza esta frase del gran político, y hermano masón, Winston Churchill con la que reconocer la inefable labor que estas personas hacen al servicio del resto de la ciudadanía. Es por esto que he titulado este articulo de esta forma. Es, precisamente por esto, que, desde este medio y desde la conciencia masónica quiero rendir este sentido homenaje a todos ellos:
Gracias a todos los médicos, enfermeros y sanitarios que lucháis contra el COVID-19 en todos los frentes.
A los que ayudáis a las personas a pie de calle y en cada hospital, pero también, a los que desde cualquier parte del mundo aportan su granito de arena para encontrar la vacuna. Gracias a las Fuerzas Armadas que reforzáis el sistema sanitario, apoyáis en las labores de desinfección y estáis al servicio de los más desfavorecidos en esta emergencia.
Gracias a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado por llevar la incansable labor de velar por el conjunto de la ciudadanía y estar dando lo mejor de vosotros. Gracias a los camioneros y transportistas que aseguráis que ni un solo pueblo de España quede desabastecido y trabajáis incontables horas para que todo siga funcionando.
Gracias a todos los dependientes, empleados y reponedores de supermercados, panaderías y farmacias por estar ahí arriesgando vuestra propia salud para que podamos tener todo lo necesario en nuestros hogares.
Gracias a todos los empleados de empresas recogida y tratamiento de residuos por mantener limpias y desinfectadas nuestras calles. Gracias a todos los empleados de telecomunicaciones por mantenernos comunicados y permitirnos estar, aún en esta crisis, cerca de todos los que nos importan. Gracias a todas y cada una de las personas que estáis ahí fuera dándolo todo, luchando, sirviendo y apoyando a los millones que tenemos que permanecer en casa. Gracias a todos los que no podéis estar junto a vuestras familias para salvar a las nuestras.
Sois sólidos eslabones de esta gran cadena de unión que conformamos la humanidad. Sois los artífices de nuestra esperanza.
Si algo nos ha de enseñar el COVID-19 es la necesidad de que la sociedad extrapole unas conclusiones muy humanas de esta catástrofe: nos han dividido los intereses, las naciones, las razas, los colores, las ideologías pero, sin embargo, nada de eso nos ha ayudado ni nos ha diferenciado ante el virus. Hemos enfermado, hemos sufrido y hemos muerto sin distinciones, como iguales. Por ello, estoy seguro de que nos recuperaremos de esto como una única especie. Nos alzaremos unidos como una sola humanidad, como la gran fraternidad mundial que somos. Cuando esta tragedia cese, cuando se comience la reconstrucción de la normalidad social, estoy seguro de que la masonería y los masones tendremos un rol muy importante.
Serviremos para seguir tendiendo los puentes del entendimiento, seguir haciendo prevalecer la humanidad y el amor por encima de cualquier cosa que nos divida. Seguiremos intentando hacer imperar la concordia y la solidaridad a la que, en estos tiempos de crisis, la gente se ha arrojado sin dudarlo un solo instante, aun a riesgo de su propia vida.
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